París siempre será Nika. Yo me largo tour

Boyero de Berna Nika en París
Nika y Effie

Paseamos por Montmartre por calles cada vez más empinadas. Disfruto de las hermosas fachadas sobre las que cae un telón de flores trepadoras; de las calles adoquinadas; de algún jardín escondido y fugaz; de los muchos cafés que hacen esquina y construyen con sus colores vívidos su micromundo de mínimas terrazas parisinas y apretujadas sillas en fila; de las tiendas de delicatessen y de comercios del pasado sobre los que se cierne un nostálgico halo misterioso; de las boulangeries envueltas en fachadas de leve aire art nouveau y rellenas de pasteles, pastitas, galletitas y pastelillos sofisticados y sorprendentes… del aire y de la atmósfera y de los pictóricos cambios de luz y los juegos de volúmenes. En algunos puntos nos asaltan y desafían unas escaleras de altura e inclinación inviables. Acortan el camino, las evito. Dan miedito. Yo me largo. Y Nika también.

Nos motorizamos

Yo me largo tour, boyero de Berna en Montmartre
Subimos al trenecito de Montmartre

Vamos a probar otro transporte con Nika: nos subimos al trenecito de Montmartre que nos pasea en puro deleite: Liberté. Vemos una tienda de postales y pósteres de carteles de artistas bohemios; la casa de pueblo que alberga el cabaret artístico Au Lapin Agile desde 1860; una pastelería de escándalo; la plaza Louise Michel, soñador carrusel antiguo y vista frontal del Sacre Coeur allá en las alturas; las terribles e interminables escaleras para ir escalando Montmartre; el Moulin Rouge; Frago aparcada cuesta arriba; la galería contemporánea Le Chat Noir…

En París somos felices y despreocupadas

…Y la vida nos sonríe, bohemias en la pobreza que nos acecha, en la vida libre de trotamundas, en mis quince libros publicados y en mi carrera literaria que declina por momentos debido a la crisis y al empobrecimiento general de la clase media. Para ser una bohemia total sólo me falta que el alcohol no me siente tan mal y poder beber y olvidar, reír y no recordar ni pensar.

Pero en esta ciudad de luz detenida en la elegancia y en un atemporal glamour, aunque bulliciosa en su inquietud vital y artística, Nika y yo sonreímos y somos despreocupadas y amamos la belleza y nos adoramos. «Es increíble cómo te mira —se asombran algunos paseantes—, con auténtica devoción». Se equivocan, es amor, amor del que nada demanda porque sabe que no hace falta pedir porque ya se le da. Estoy aquí para ella, cómplices en este mundo irreal y en nuestra vida cotidiana. «Si no puedes vencerlos, ríete de ellos», le recomiendo a veces, y bailo con ella y Nika agita la cola como una batidora y mueve el trasero al ritmo y sonríe y todo está bien.

Amor destrucción

Volvemos callejeando a por la Jumpy. En las calles de Montmartre paseó su amor y su dolor Modigliani, muerto a los 35 años de meningitis tuberculosa.

Retrato de Jeanne Hébuterne, Modigliani
Jeanne Hébuterne con sombrero por Amedeo Modigliani

París es frío y no quiero ni imaginar el gélido hálito de los cuchitriles en los que vivían los bohemios, abrazo de corrientes de aire procedentes de todos los puntos cardinales. Cuentan que el gran amor de Modigliani fue la pintora Jeanne Hébuterne a quien conoció en 1917, cuando ya estaba instalado en Montparnasse. Juntos vivieron una historia de pasión, amor lacerante, posesión, abandono, furia y dejadez.

Tras su muerte, ella se tiró por la ventana. Tenía 21 años y estaba embarazada de nueve meses. En interpretación trágico-romántica explican que lo hizo por el dolor insoportable de perderle, pero juntos habían ya iniciado un escabroso camino de autodestrucción a dos.

Obra de Toulouse Lautrec

En su mundo de Montmartre se sintió cómodo el observador y crítico Toulouse-Lautrec entre coristas, magos, camareros, poetas, prostitutas, artistas…, el pueblo llano del que se sentía parte, y triunfó como cartelista y dibujante de anuncios. Hijo de un noble, su dinero le permitió vivir con holgura incluso en su época de aspirante a artista. Murió a los 37 años, víctima de una salud que siempre había sido precaria y que se agravó con la sífilis y su alcoholismo.

La bohemia de Montmartre.

Ajena al mundo y al tiempo, la bohemia de Montmartre envejece y se renueva frente a sus caballetes en la Place du Tertre. Los pintores y artistas de la plaza se quejan de que las terrazas de los restaurantes cada vez les dejan menos sitio y amenazan con abandonar el lugar. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial hubo la primera migración; el todo Montmartre empezó a trasladarse progresivamente a Montparnasse. No obstante, sigue siendo un barrio muy artístico en el que las galerías de arte y los piano bar se entremezclan con las tiendas de souvenirs y los restaurantes para turistas y hay estudios y talleres y hasta lofts para los llamados a dedicarse a cualquiera de las artes.

Lejos en el tiempo queda ya la gloria, en muchos casos muerta de hambre, de la bohemia primigenia; la de los pintores, escritores y otras gentes de artístico vivir que ensalzaban y ensayaban el amor, la belleza, la despreocupación, la libertad, la alegría de la vida y sobrevivían lo mejor que podían, a rachas y bandazos, entre fiestas y correrías nocturnas y los cuchitriles en los que dormían y trabajaban. Bohemia de alcohol, cafés, cabarets, algo de comida y bastante escasez económica y pobreza energética, tertulias, horas y horas de trabajo, le mot just, la pincelada precisa…

Odalisca de Matisse

El antiguo Montmartre es el de Auguste Renoir, Toulouse-Lautrec, Edgard Degas, Amedeo Modigliani, Pablo Picasso, Henri Matisse … la Plaza Pigalle, el Moulin Rouge, los antros de mala nota de la zona, los burdeles y el Moulin de la Galette, un molino auténtico que albergó en los terrenos de sus alrededores una sala de baile a partir de la Belle Époque. A este hermoso molino, un superviviente que sigue en pie, le dedicaron sus pinceles en diferentes épocas Van Gogh, Renoir, Toulouse-Lautrec y Pablo Picasso.

En el cementerio de Montmartre el tiempo y la lluvia han pintado con una pátina de melancolía y romanticismo becqueriano mausoleos y tumbas, figuras y esculturas desdibujadas. Algunos panteones abandonados dejan caer sus puertas con descuido y la piedra se agrisa y cuartea al envejecer. .

La torre Eiffel

Mi Dama Perro posa junto a la Dame de Fer, pasea alborozada —mi luz y mi sombra, siempre pegada a mí— por el Jardín de las Tullerías y acaricia sus patas con la hierba fresca, mira la vida pasar sentada conmigo en una terraza cerca de Le Chat Noir del Boulevard de Clichy, y observa con ojo crítico el Sena y el puente de la Concordia, para cuya construcción se emplearon, entre otros materiales, piedras de La Bastilla, símbolo del poder absoluto y arbitrario de los reyes franceses.

No… no me arrepiento de nada

Con lágrimas en los ojos escuchamos a un grupo que canta Stand by meen el lateral del Sacre Coeur, una vez mi amiga la halconero ya ha partido a tierras lejanas. Mi vida nunca será igual.

Todas las sendas conducen a la emoción: descarnada, delicada, brutal, terrenal, sangrante, etérea, obsesiva, miedosa, fascinante, sufriente, peligrosa, alucinada, terrorífica… Cada uno de esos sentimientos intensos y profundos alimenta un tipo de belleza, incluida la del hipnótico embrujo de la fealdad que perturba y atrae.

Logro encontrar la Victoria de Samotracia. Y la nave va… La mueve ella con su bello dinamismo alado.

He leído tanto sobre París y he devorado tantas historias escritas o vividas en la ciudad o protagonizadas por ella como escenario vital que me emociono fácilmente.

Las gárgolas de Notre Dame nos siguen con la mirada

 

Notre Dame, la muy amada

Las gárgolas de Notre Dame desfilan lentamente a nuestro paso. Se aferran a su hogar. Quasimodo se mueve ágilmente entre las tercas estatuas con su amada Esmeralda en brazos para salvarla, él mismo tan monstruoso, en apariencia, como las bestezuelas de piedra. Los pináculos y agujas de Notre Dame, su hogar, le hieren el alma con familiar afecto, heridas menos desgarradoras que el desprecio, el miedo y la burla de la multitud y la traición de su padre adoptivo. Tragedia para todos.

París nos despliega su mejor alfombra roja. Apenas hay coches circulando y nos movemos por la ciudad como alegres trasgos trotamundos. La luz, ¡oh la luz! Es seductora y nos acaricia y nos transforma en seres fantásticos, sin problemas ni preocupaciones, arrobadas y arreboladas. «Bajo el cielo de París echa a volar una canción. Ha nacido hoy en el corazón de un niño. Bajo el cielo de París caminan los enamorados, su felicidad se erige sobre un aire creado para ellos», que cantaría Edith Piaf.

París siempre será Nika

Así empezó todo:  El prólogo loco de Yo me largo tour. No sin mi perro
Yo me largo tour. El viaje, el libro