Cora Pearl, la cortesana extravagante

Cora Pearl, amante de príncipesCora Pearl (1835-1886) poseía el don de la puesta en escena, como buena maestra en el arte de la seducción: una vez, en el Café de París, se presentó ante su selecto público vestida sólo con un collar de perlas de ocho vueltas tras salir, como una venus, de un pastel en forma de ostra. En otras ocasiones hacía beber a sus admiradores el champán en el que se había bañado previamente.

Eliza Emma Crouch, nacida en Plymouth (Gran Bretaña), tuvo el buen tino de cambiar su nombre por el mucho más evocador de Cora Pearl. Durante su niñez pasó varios años en un internado francés y en cuanto tuvo oportunidad volvió a este país.
Aunque, según sus detractores, era expansiva, gritona y quizá demasiado vulgar en sus expresiones, fue capaz de reconvertir estas supuestas deficiencias en extravagancias embrujadoras y en una personalidad apasionada, caprichosa y efervescente que enloquecía a sus admiradores. Cora Pearl poseía cultura, saber hacer, la capacidad para el histrionismo que se esperaba de las mejores cortesanas, y un magnífico cuerpo y una brillante y larga cabellera pelirroja. Por no hablar de su bello rostro…

El nacimiento de una cortesana

Según una rocambolesca historia, probablemente apócrifa, Cora empezó su carrera cuando un desconocido la violó. Era una chica joven e inocente que aceptó alegremente tomar una copa con este hombre en una época en la que la división entre mujeres decentes y mujeres de la vida era inflexible y las mujeres, además de tener pocas libertades y oportunidades, se enfrentaban a múltiples peligros sólo por el hecho de serlo y de caminar por la calle.

La futura demimondaine se despertó doce horas después tendida en una cama junto a su violador. Cuando se desperezó, el hombre le dio cinco libras. Esta experiencia hizo que Cora odiara y despreciara a los hombres y se jurara aprovecharse de ellos todo lo que pudiera.

Su carrera como artista despegó cuando un empresario la contrató para cantar y bailar en un salón de baile y de placer, The Argyll Rooms. Se llamaba Robert Bignell y fue la primera víctima de Cora, que tenía por aquel entonces 16 años. Bignell tenía 35 y le propuso que le acompañara a París. Cuando un mes después él tuvo que regresar, Cora rechazó volver con él y se quedó en la ciudad para probar fortuna y, a ser posible, amasarla. 

La filosofía de Cora Pearl: despojar y expoliar

Cora Pearl 1835-1886A partir de ese momento comenzó su trayectoria rapaz con hombres que tenían algo de dinero a los que abandonaba tras haberles expoliado a fondo. Su entrada triunfal en los grandes ambientes se produjo cuando conoció a una persona del círculo del emperador Napoleón III.

Nestor Roqueplan, director de la Ópera de París durante muchos años, fue su primer amante con cierto empaque y se convirtió, además, en su consejero. Cuando Cora manifestó su deseo de tomar clases de francés para perder su acento británico Roqueplan respondió: «¡Ni hablar! Tu acento, lejos de perjudicarte, te beneficiará; París adora las rarezas».
Fue él quien la presentó a su segundo amante prominente: Victor Masséna
, duque de Rívoli, y príncipe de Essling.

Cora Pearl y el príncipe Achille Murat
Cora Pearl con el príncipe Achille Murat, 1865.

Aparte de coleccionar joyas y todo tipo de riquezas, Cora Pearl también atesoraba amantes destacados, con especial predilección por la extensa, infiel y enrevesada familia Bonaparte:  el príncipe Achille Murat (1847-1895), nieto del famoso Joaquín Murat y de su esposa Carolina Bonaparte, hermana de Napoleón I); el Príncipe de Orange, Guillermo (1840-1879), heredero del trono holandés –de quién se burlaban llamándole Citron (limón) por el color amarillento de su piel; el duque de Morny (1811-1865), medio hermano del emperador Napoleón III, y el príncipe Napoleón (Napoleón José Bonaparte,1822–1891), primo hermano de Napoleón III (ambos eran sobrinos de Napoleón I) y su cercano consejero. El Príncipe Napoleón la adoraba y Cora mantuvo con él una duradera y próspera relación

Una fortuna soberbia

El príncipe Jerónimo Bonaparte, que la instaló en un magnífico castillo, recibió como pago una frase que se hizo célebre: «Nada de dinero, nada de amor».

El Príncipe Napoleón
El príncipe Napoleón, primo hermano de Napoleón III y sobrino de Napoleón I, estaba loco por Cora Pearl. Retrato de 1865

Los presentes con que la obsequiaban estos hombres poderosos no eran menos fabulosos que ellos. Caballos, joyas, palacetes, grandes y pequeños caprichos… El príncipe Napoleón regaló a Cora un carruaje lleno de violetas salvajes -compradas fuera de temporada a un precio exorbitante-, pero a la cortesana le pareció un regalo indigno de ella y a punto estuvo de pisotearlas.

Como una broma privada entre los dos –después de que ella averiguara el valor real del regalo– en los banquetes que Cora organizaba en su casa para al menos quince caballeros, la carne se servía sobre un lecho de violetas. Otro hombre le regaló una estatua de plata, que representaba a un caballo, llena de oro y piedras preciosas.

Al igual que Carolina Otero, Cora también tenía pasión por el juego y durante su vida perdió enormes sumas de dinero.

«Vive y paga mis facturas», repuso Cora Pearl

En el currículum de Cora hubo muchos hombres arruinados. El caso más dramático fue el de M. Alexandre Duval, hijo del empresario Alexandre Duval, que había amasado una gran fortuna fundando varios restaurantes. Alexandre invirtió en Cora todo lo que poseía, hasta su último billete de mil francos.

Duque de Morny, patrocinador de Cora Pearl
Cuando el duque de Morny murió, en 1865, Cora Pearl perdió una de sus mayores fuentes de ingresos.

Previamente, en un arrebato de amor, él le declaró: «Ordéname morir y moriré», a lo que ella repuso: «prefiero que vivas y abones mis deudas».

Además de pagar sus facturas pendientes, también le entregó cien mil libras, creyendo que esta suma la iba a hacer feliz durante mucho tiempo, pero la misma noche que las recibió Cora se gastó seis mil en un banquete. Formaba parte de su estrategia de promoción para ganar popularidad y convertirse en la mujer más deseada del momento. Toda cortesana que se preciara debía gastar a manos llenas, vivir ostentosamente, celebrar grandes fiestas, vestir lujosamente…
De lo contrario, el precio a pagar era el olvido.

Alexandre Duval, amar hasta el último aliento y el último franco

Alexandre le regaló un precioso collar de diamantes, gruesos como garbanzos, que le costó setecientos mil francos y un libro de ciento veinte páginas bellamente encuadernado que ella recibió con desprecio, hasta que le hicieron notar que cada página era un billete de mil francos

Le recibía de cuando en cuando en su lecho -de sábanas de seda negra bordadas con hilos de oro-, donde fingía un placer que no sentía, como relató años más tarde en sus memorias oficiales, aunque en la segunda versión, mucho más jugosa, se mostraba más ardiente y sexual.

Cuando Alexandre lo perdió todo, según los rumores de la época «lo dejo tirado en la puerta del hotel que él mismo le había regalado [en la elegante Rue de Chaillot]».

El escándalo que suscitó el suicidio (fallido) de Alexandre obligó a Cora a abandonar París. Cuando volvió, pasado un tiempo prudencial, el mundo de lujo y de ricos admiradores galantes había desaparecido.

Lances galantes de una cortesana

A los 28 años, Cora protagonizó un duelo a latigazos con otra cortesana, Marta de Vere, en el Bois de Boulogne, para discutir quién se iba a quedar con un príncipe serbio. Durante varias semanas no pudieron mostrarse en público a causa de las heridas. Para acabar de estropearlo, el príncipe, que ni era príncipe ni tenía dinero alguno, se fugó con las joyas de ambas.

Guillermo, principe de Orange
William, príncipe de Orange, uno de los calaveras del Segundo Imperio

Las grandes cortesanas no serían tales si no hubieran ideado todo tipo de extravagancias y grandes derroches de lujo para atraer las miradas de todos los hombres.

Cuando tenía 30 años, Cora solía lucir una gruesa cadena de oro con doce medallones, cada uno de ellos con las armas de las más nobles y antiguas familias de Francia. A buen entendedor… En una ocasión tiñó de azul a su perro para que hiciera juego con su vestido y en otra comunicó a sus invitados que les iba a servir carne para comer, pero que ninguno de ellos se atreviera a cortarla. Una hora después, cuatro hombres aparecieron portando una honda fuente de plata cubierta con una lujosa tapa. Cuando la descubrieron, apareció Cora tendida sobre ella, desnuda excepto por una o dos ramitas de perejil.

La cortesana tenía cierta tendencia a usar bandejas para servirse a sí misma; era una de sus formas de expresar su total dominio sobre la situación y los hombres. El escultor Gallois, según cuenta Cora en su autobiografía, la esculpió en mármol y se consideró su estatua como la rival directa de la Venus de Milo.

Adiós al mundo de Cora Pearl

Príncipe Achille Murat y su esposa Salomé
El príncipe Achille Murat, último protector de Cora, y su esposa Salomé.

Durante la guerra franco-prusiana de 1870, Cora abrió su casa para albergar a los heridos que llegaban del frente y ella misma les atendió sin descanso. Cuando terminó la guerra esperó en vano algún tipo de reconocimiento por parte del gobierno, pero su turbio pasado lo impidió.

El mundo de esplendor que Cora había conocido desapareció y en lugar de la brillante sociedad del Segundo Imperio y sus fabulosas fortunas, quedó una burguesía con muy poco glamour y muy avara y un panorama muy gris y bastante deprimente. El príncipe Achille Murat la continuó subvencionando hasta 1874. La antigua gran cortesana sobrevivió vendiendo sus casas, cuadros, muebles y joyas y lentamente se fue empobreciendo.

La venta de la memoria

En 1884, ya arruinada, escribió sus memorias para ganar los cien luises que le habían prometido por ellas. Se cuenta que envió fragmentos a sus ex amantes para pedirles dinero a cambio de censurar los párrafos más escabrosos

Memorias de Cora Pearl, 1886
Portada interior de las memorias de la cortesana, 1886.

El resultado final fue bastante insípido, pero muchos años después salieron a la luz otras memorias, de las que se había hecho una edición reducida, en las que revelaba con todo lujo de detalles las costumbres amatorias de los caballeros con los que había mantenido relaciones. No hay forma de saber si son auténticas o no, pero lo cierto es que los lances que se relatan se ajustan a la fama de Cora Pearl y a lo que se contaba sobre estos hombres.

En el invierno de 1886, Cora Pearl murió de cáncer en la miseria. Cuando su cuerpo iba a ser llevado a la fosa común, un caballero de aspecto aristocrático preguntó cuánto costaría el mejor entierro. Entregó la suma que le pidieron sin vacilar y Cora Pearl tuvo un funeral fastuoso. Emile Zola la inmortalizó en Naná como Lucy Stewart.