Napoleón y Josefina: a sus pies rendido un león
Por Josefina de Beauharnais (1763-1814), viuda del general Alejandro de
Beauharnais, vizconde de Beauharnais —con quien se casó a los quince
años— y originaria de La Martinica, Napoleón Bonaparte (1769-1821) anuló
su compromiso con Desirée. Cuando se conocieron, en 1795, en casa del
amante de Josefina, Barras, ella tenía treinta y dos años y sabía que no
podría vivir mucho más tiempo de sus amantes. Además, su situación era
también complicada porque su marido, que había sido diputado de la nobleza y presidente de la Asamblea constituyente, había sido guillotinado en 1794 por traición a la Revolución.
Napoleón escribió sobre Josefina a su hermano José: «Necesito verla y
apretarla contra mi corazón. La quiero hasta la locura y no puedo estar separado de ella. Si ella no me quiere, no tendré nada que hacer en la tierra».
Se hicieron amantes pronto. Al día siguiente de su primera vez juntos,
él le escribió: «He despertado lleno de ti. Tu retrato y el recuerdo de la
embriagadora velada de anoche no han dejado punto de reposo a mis sentidos…
¡Ay! Esta noche me he dado cuenta de que tu retrato no eres tú! Te
vas a medio día. Voy a verte a las tres. Mientras tanto, te mando mil besos;
¡pero no me los devuelvas porque me queman la sangre!».
La casa de subastas londinense Christie’s subastó en 2007 una arrebatada carta de amor y arrepentimiento de Napoleón a Josefina por 405.330 euros.
Un matrimonio accidentado
Se casaron el 9 de marzo de 1796 por lo civil. La noche de bodas, Fortuné, el perrito de Josefina, mordió a Napoleón, que odiaba a los perros.
Dos días más tarde, Napoleón partió para unirse al ejército de Italia como comandante en jefe.
La añoró terriblemente, pero ella a él no tanto y se consoló en brazos de otros hombres. Napoleón le escribía apasionadas y apremiantes cartas de amor y esperaba en vano que ella, más pendiente de divertirse que de otra cosa, se reuniera con él o al menos le escribiera.
Un acto de coquetería
Josefina era seis años mayor que Napoleón, lo que dio pie a un divertido equívoco. Ella no quería confesar a este joven de veintiséis años que ella
tenía treinta y dos, pero su edad se iba a descubrir en la boda. Se solucionó con una declaración jurada de Calmelet, el tutor de sus hijos, y de otro hombre que certificaron que la conocían y que «no puede procurarse la partida de nacimiento en vista de que la isla está ocupada actualmente por los ingleses». Coquetería por coquetería: en el documento legal de matrimonio figuraba que Josefina tenía veintinueve años y Napoleón veintiocho.
Con el tiempo, su relación derivó a una sólida camaradería y a un afecto que resistió las múltiples infidelidades mutuas, incluido Charles Hipólito.
Ella era la mejor embajadora de Napoleón, llena de encanto, y no reparó en gastos para ser más bella y para embellecer su entorno: ropas, zapatos, joyas, objetos de arte… Era hasta tal punto gentil que Napoleón declaró en una ocasión: «Yo sólo gano batallas, Josefina gana corazones para mí». En
1804 fue coronada emperatriz y participó en muchos actos benéficos.
Una pasión con fecha de caducidad
El problema de Josefina fue que no podía dar hijos a Napoleón y, también, que el éxito se le subió a su esposo a la cabeza y empezó a distanciarse de ella y a tratarla con cajas destempladas. En 1809 se divorciaron y Josefina se retiró a su residencia preferida, Malmaison. Napoleón se casó rápidamente con una princesa austríaca, María Luisa, hija del emperador Francisco I. El 20 de marzo nació Napoleón Francisco José Carlos Bonaparte, el rey de Roma. Tenía que heredar el mundo: Francia, Bélgica, Holanda, el margen izquierdo del Rin, la Confederación Helvética, Italia... Después del revés ruso de 1812, Napoleón fue de mal en peor hasta que tuvo que abdicar en abril de 1814. Josefina murió al mes siguiente, tenía cincuenta y un años. En su exilio final en Santa Helena, Napoleón escribió: «Josefina es la única mujer a la que verdaderamente he amado. Ella reina en mi corazón y llevo luto por ella». Por su parte, ella, cuando por fin recibió una carta suya después de la separación se lo agradeció así: «Sé feliz, tanto como lo mereces; te hablo con todo el corazón; acabas de darme un poco de felicidad, un poco, pero vivamente sentida (...) Te doy gracias tan tiernamente como siempre te amaré».
Ylanaveva. 260 págs. 12 euros. Explora 99 historias de amor: Mrs. Brown: La reina Victoria y John Brown