Canto a mi casa y a mis seres
Ventanas empapadas, gotas chorrean, el agua no nos deja ver la calle ni los muebles tirados, espanzurrados exploradores precursores de camaradas de aún más desamparadas figuras. Soltar, despedir, liberar, partir… retazos del ayer, ruinas de dieciocho años juntas, revueltas. Mi casa es una extensión de Alicia; yo soy el alma de sus paredes y su peculiar talante -caprichoso y acogedor, algo frío, posesivo, gruñón y tierno, fresco y alegre en verano- me habita y corretea libremente por mis estados de ánimo. Las dos estamos locas: yo puedo lanzarme en cualquier momento a la carretera a hacer kilómetros, ella puede decidir de pronto que a mi mundo le conviene contar con goteras, a pesar de que tenemos un vecino arriba. Pero ambas sabemos que siempre vuelvo a ella, hasta que el próximo marzo nos toque despedirnos: no nos renuevan nuestro contrato de amistad.
Canto a mí misma y a mi hogar
Mi casa, veleidosa, se empecina en que no gaste mucha electricidad y hace saltar graciosamente el automático cada vez que se pone en marcha el calentador y yo la engaño desde siempre con múltiples amores que vienen y van… Sobre todo se van. Mi casa tiene carácter y jardín, donde crece el naranjo que planté, y gruesas paredes que se desmenuzan. Ella abre las ventanas a su capricho, el viento mueve las cortinas aunque no haya ni un ventanuco abierto; mi casa idea nuevos miradores y los vecinos, de improviso, nos hallamos mirándonos frente a frente. Nos saludamos con educación.
Ya no llueve en mi corazón, el aguacero lo ha arrasado todo. Vacío saqueado. Ayer, el mismo día del nefasto burofax, vinieron a recoger a los okupas de mi morada; Wolny, blanco dominante y nuclear con manchas negras, y Sombra, pacífica noche de aguileños colmillos de cuarto de luna. Ayer, justo cuando supe que mi estancia y mi hogar tocan a su fin, me encontró la dueña de los dos felinos que mi casa ha acogido y adoptado. Y se los llevó. El otro nombre de Wolny (libre) es Saturno, cuatro años peinándome la melena de fuego con sus zarpas, cuatro anillos alrededor del sol. Sombra fue -y será- Ulfer. En fin, por lo menos ellos tienen casa. Soltar, liberar, inspirar, espirar, recordar no expirar.
Cuando parta, sin rumbo ni destino, hacia nuevos puertos ignotos, tierras hostiles que seguramente se resstirán a ser conquistadas (y aún más a ser alquiladas), no dejaré ningún recuerdo. Intentaré no mirar atrás. Me llevaré conmigo las vivencias de estos dieciocho intensos años… Llegué a esta casa con 34 años, asustada, llena de energía, aparentemente saludable, con algo de dinero en la cuenta, con una carrera profesional pujante, … Me iré con 52, asustada, sin demasiada energía, con una mala salud de hierro, sin dinero ahorrado, con un currículum impresionante, con algunos proyectos que pueden concretarse ahora o más adelante o nunca. Partiré con la pasión por escribir intacta y con las alas chamuscadas, pero me iré alada. Quizá al alba, para no ver. Paz.
Seguramente una vida errante, siempre a ninguna parte… Soltar, tirar la casa por la ventana: literalmente…
Una vida nómada, ¿rumbo a la libertad?
Mi primera caja se llama “Comienzo”. En ella guardaré algunas cosas que tienen sentido para mí: una bola de cristal, decenas de libretas con notas e ideas, varios cubiertos modelo Egipto que hace casi tres décadas que me acompañan, algunos sueños vapuleados, un libro sobre psicópatas, pastillas de mil colores, un dragón protegido por una guerrera pelirroja, las historias que algún día contaré, Ataulfo la calavera, un grueso y vaporoso edredón tejido de noche, una caperuza de halcón y algunas plumas, una foto de Duk y otra de Nika…. Bueno, mejor que sean dos cajas.
Nos iremos juntos Kurt, Lilith y yo y nos acompañarán -como seres invisibles y quizá guardianes de nuestra suerte y de nuestro futuro- todos aquellos que ya no están: Marlene, la princesa tigresa; Fénix, el golfillo trasto inventor de travesuras; Tigris, el gato zen que me regaló su confianza total y que luchaba fuera de casa como un ninja endemoniado, y Montgomery, el Ferrari de los ronroneos, que vino a morir a mi casa. Los he amado, los amo. Los cuidé lo mejor que supe.
Soltar, desechar, liberar, inspirar, espirar lentamente… Mi gélida casa de techos imposibles es mi refugio, mi vínculo con la realidad, el lugar adonde siempre vuelvo. Si me hubieran preguntado, elegiría no haber nacido, demasiado sufrimiento, demasiado dolor. Lo digo con serenidad, sin rencor, sin amargura, sin desesperación, casi sin tristeza… ¡Me he divertido tanto en esta vida! He vivido tan intensamente… Lo bueno, lo malo, lo peor, el amor, lo surrealista, la amistad, el deseo, las mayores locuras, la traición. Y ahora estoy cansada, agotada. Pero me iré con la cabeza alta y con la mirada desafiante y con Lilith, Frago y Kurt a mi lado allá donde sea que el camino nos lleve (Nota mental: será mejor que los que tenemos patas vayamos dentro de Frago…).
A mi casa, que seguramente van a derruir para construir alguna horrenda modernidad sin alma, le lego el naranjo que planté con tanta ilusión, el dragón de la chimenea, mi agradecimiento y el deseo de que ambas encontremos calma y sosiego y una vida mejor. Amor.
Canto a mi casa y a mis seres
Estoy asustada, angustiada, pero intentaré vivir como lo he hecho siempre: como he querido y sin miedo o, al menos, sin miedo a enfrentarme a mis temores para vivir como deseo. Espirar, tirar y tirar, deshacer mi vida, desechar, liberar, espirar, recordar no expirar. Silencio, algún maullido familiar y querido unas cuantas casas más allá, campanadas desparejadas, la sala viviente donde me hallo me abraza con la ternura de una amiga cómplice, una hermana mayor, casi una madre; de hecho, mi casa y yo hemos compartido varias pequeñas muertes y varios renacimientos: hemos vivido varias vidas juntas. Incertidumbre. Paz. Aceptación. Estoy lista para volar.