Libres, mujeres sin miedo
Libres… La libertad es lo que queremos y a lo que aspiramos, aunque podemos adornarlo y revestirlo con diversas afirmaciones, autoafirmaciones, deseos y aspiraciones menos o más concretas. Cualquier cosa que queramos se fundamenta en la libertad. Al menos en la libertad de poder —y saber— escoger. Por otro lado, resulta extremadamente fácil enmascarar nuestros deseos, disfrazarlos o incluso sabotearlos y, de paso, boicotearnos a nosotras mismas.
«Toma las riendas de tu vida, ¿qué pasa? Algo terrible: no hay nadie a quien culpar» —sentenció la escritora neoyorquina Erica Jong. Me temo que tiene razón, a veces es más fácil escudarse en alguien para evitar que nuestros errores y nuestros remordimientos nos lapiden como pesadas losas lanzadas desde diversas direcciones.
Si apoyamos todo nuestro peso en alguien, a pesar de que no sea ni siquiera dulce y gentil con nosotros, podemos sentirnos descansados y, de paso, pasar por nuestra vida sin pena ni gloria. Si dejamos que los demás decidan, aunque sean autoritarios e injustos, podemos recriminarles y sentirnos libres y flotando en una nube… de ignorancia, irresponsabilidad e infantilismo. Y, también, de infelicidad.
Ahora, después de ocho años de matrimonio no demasiado feliz, por decirlo suavemente, soy libre. Pablo me dejó hace un mes: «Beatriz, no podemos seguir así, esto se ha acabado».
Dos frases y todo quedó zanjado. Las esperanzas, la vida en común, los intentos desesperados —el 90% de ellos unilaterales, es decir por mi parte— de reconciliarnos y poder vivir juntos y felices. Ahora solo me queda mi libertad.
Quiero ser una mujer sin miedo
Hoy he cogido mis cosas, mis libros y mi perro, Karma, mi inteligente border collie, y me he ido a vivir a otro piso, a otra ciudad —más bien un pueblo—, a otra vida que no sé cómo empezar. No ha sido fácil encontrar un piso que no sea una caja de cerillas y que pueda pagar. En realidad, ha sido un calvario.
Hay diversas opciones cuando te separas o se acaba una historia:
No quiero ser Dido y arrojarme sobre la espada que mi amado ha dejado olvidada mientras me abandonaba.
No quiero ser Penélope y esperar eternamente a que vuelva tejiendo recuerdos y sinsabores.
Tampoco quiero ser Ana Bolena y dejar que un Enrique de tres al octavo me corte la cabeza como le ocurrió a la reina en 1536.
No me apetece nada ser la eterna princesa de los ojos tristes, como Soraya, ex del Sha, y pasar a la historia como la eterna abandonada y desgraciada en amores.
Quizá me veo más como Anita Garibaldi que se enamoró del revolucionario Giuseppe Garibaldi, abandonó al borracho e inútil de su marido y luchó codo a codo con el héroe romántico en el siglo XIX.
Pero, puestos a escoger vida, yo escojo la del pirata cojo. O la de la pirata Mary Read, que a finales del siglo XVII, disfrazada de hombre, fue el azote de los mares. Mary, también llamada Mark, abrió una posada junto a su marido, a quien había conocido mientras servían en la Armada. Cuando este murió, se recompuso e ingresó de nuevo en la Armada, la abandonó de nuevo para embarcarse rumbo a las Indias Occidentales, fue apresada en su viaje por el pirata Jack Rackham y su compañera, Anne Bonny, y se unió a la vida pirata. Aunque no me acabo de ver como fuera de la ley… Muy romántico, pero demasiado ajetreado.
O puede ser que elija la existencia de la viajera incansable, Freya Stark, que, entre otras muchas aventuras, investigó la secta de los asesinos y siguió los pasos de Alejandro Magno en Asia. A los 84 años, en 1977, descendió en una balsa por el Eufrates y a los 89 años atravesó algunos pasos del Himalaya, a 5.000 metros de altura, a lomos de una mula. Freya, la última viajera romántica, se casó a los 54 años con un diplomático y se fue a vivir al Caribe. El matrimonio duró cuatro años, hasta que ella se dio cuenta de que no podía vivir sin su gran pasión: viajar.
Y si lo que hay que superar es la desaparición de la pareja, no me pido a Dido, sino a Zenobia, reina de Palmira, que tras el asesinato de su marido Odenat, construyó un imperio que abarcaba toda Asia Menor e incluso llegó a conquistar Egipto en el año 269. El imperio no duró mucho, pero lo que cuenta es la intención…
No pretendo emular sus grandes gestas, pero no me vendría nada mal su espíritu y coraje.
Ahora mismo, cuando supuestamente he recuperado mi libertad, no me siento nada libre. Tampoco siento que haya escogido nada pues ha sido mi ex quien ha dicho basta y ha decidido por mí. ¿Podemos ser libres cuando nos empujan de cabeza por un barranco? ¿O cuando nuestra única opción es caer intentando no rompernos la crisma y después arrastrar nuestra alma sufriente de los pelos hasta que logremos recomponerla un poco y ponerla en su sitio?
Sí, podemos ser libres, pero hay que trabajárselo.
Lo que podemos aprender de las amigas
Por suerte tengo amigas que me apoyan, cada una en su estilo: Laura, que encarna la diversión, la seducción y un estiloso toque burgués; Judith, que representa el pragmatismo descarnado y rebelde; Sara, que es la inocencia y el entusiasmo; Alicia, que vive el riesgo y la aventura, y Elena, que es la viva imagen del sentido común, de la paz y del diálogo. Yo soy el espíritu crítico. Creo. También la indecisión, aunque a veces soy muy expeditiva y funciono a impulsos.
En estos momentos, lo único que puedo hacer es reflexionar sobre la libertad e intentar aclararme con lo que quiero. Aun así, tras la ruptura, siento que soy libre para decidir qué quiero hacer con mi vida a partir de ahora.
Históricamente, las mujeres hemos sido madres entregadas, esposas abnegadas, trabajadoras incansables, hijas devotas y obedientes, las grandes (y olvidadas) mujeres que están detrás de un hombre, siervas, mujeres explotadas…, pero, también, rebeldes; escritoras a las que han intentado silenciar; pintoras esforzadas; artistas en busca de su identidad; luchadoras pioneras en pro de los derechos de la mujer; brillantes tertulianas u organizadores de salones culturales; cortesanas dueñas de su vida y de su destino… Siempre en un mundo de hombres, siempre resignadas o viviendo a contracorriente y pagando elevados precios por seguir nuestra vocación, nuestros deseos o nuestros instintos si no se correspondían con lo social y moralmente aceptable que, en síntesis, era casarse y tener hijos o ingresar en un convento. Lo de enclaustrarse ya no se lleva, pero lo de supeditar la propia valía y felicidad a conseguir pareja y procrear, sí.
Algunas mujeres de la historia han conseguido vivir como querían y ser admiradas y respetadas, aún en tiempos en que las mujeres eran consideradas un «animal con los cabellos largos y las ideas cortas», según sentenció Schopenhauer.
Podríamos citar muchas más opiniones de esta índole y, tampoco deberíamos olvidar que, en España, en una fecha tan cercana como en 1975, las mujeres no podían tomar decisiones sin el permiso expreso de su marido; sin su consentimiento, no podían salir del país, ni trabajar, ni cobrar su salario, ni ocupar cargos, ni abrir cuentas corrientes en bancos, ni obtener el carnet de conducir…
Cambiar este estado de cosas catastrófico, que condenaba a las mujeres a tener los mismos derechos que los niños y los disminuidos psíquicos, fue una ardua lucha en la que las juristas se involucraron para erradicar del Derecho de Familia el trato discriminatorio que sufría la mujer.
Mujeres sin miedo… ¿por dónde empezar?
Nosotras, en el mundo occidental, AHORA, podemos realmente escoger. Pero, ¿sabemos hacerlo?, ¿estamos dispuestas a elegir?, ¿sabemos lo que queremos?, ¿sabemos hacernos las preguntas adecuadas para dilucidar lo que no queremos? Y lo que es más importante: ¿estamos dispuestas a hacerlas?, ¿somos lo suficientemente valientes como para vivir de acuerdo con nuestros deseos? Y, sobre todo, ¿estamos dispuestas a pagar el precio que tiene toda opción o forma de vida? Porque el estado de felicidad permanente no existe y cualquier elección vital tiene inconvenientes y contrapartidas.
En la libertad de vivir como queremos o en la Libertad en sí misma hay muchas connotaciones, matices y cuestiones sobre las que deberíamos reflexionar antes de lanzarnos a considerar o a experimentar las diversas formas de vida. Y mucho menos a juzgarlas o a condenarlas: creemos en la pluralidad, en la diversidad, en la libertad… Y la libertad, que es un animal salvaje escurridizo e inaprensible, empieza por no tener prejuicios y por no enjuiciar a los demás: ni por su forma de vida ni por los pequeños detalles y elecciones.
Desde hace 40 años (y no sé si estoy siendo demasiado optimista…), las mujeres podemos escoger qué queremos ser. Eso no quiere decir que realmente vivamos como queramos, pues seguimos teniendo en contra un machismo que se resiste a desaparecer incluso de las mentes de las mujeres; la presión social; el miedo al qué dirán; el temor a ser diferentes; la preocupación por el rechazo de nuestro entorno y nuestros allegados; la necesidad de tener que encajar —de alguna forma u otra— en la sociedad, pues tenemos que vivir en ella; el terror a la soledad; la programación a las que nos han sometido desde nuestra niñez para que prefiramos una forma de vida normal y la identifiquemos con la felicidad; la exaltación del amor romántico como único amor válido que, además, tiene que durar para toda la vida y afirmarse con el matrimonio… Me temo que nuestro principal enemigo a la hora de ser libres somos nosotras mismas.
Sí, la libertad es un ser inaprensible, imposible de definir, que se nos escapa entre los dedos. No existe la libertad total, porque siempre que tomamos una decisión, por nimia que sea, hay condicionantes, contras, circunstancias o incompatibilidades.
Aun así, es posible ser libre: de diversas formas y con diversos significados.
Podemos ser libres… y singles; libres… y con sentido del humor; libres… y viajeras; libres… y sin miedo; libres… y con jovencito; libres… y asertivas; libres… y madres solteras; libres… y sin complejos, arriesgadas, soñadoras, castas, promiscuas, con novio a distancia, sin novio, ambiciosas, conservadoras, leales o infieles.
Es útil repasar los pensamientos de algunas personas importantes y las vidas de otras para entender mejor el concepto de libertad. A mí, al menos, me ha servido.
En estos primeros momentos de soledad y desconcierto, estas frases se han convertido en un bálsamo y en un acicate para conseguir ser libre y feliz. Siento la soledad y el vacío de la ruptura, pero lo cierto es que cuando estaba con él sí estaba sola. En mi vida me he sentido más sola que abrazada por su incomprensión y acunada por sus regañinas cuando la casa estaba desordenada o cuando me encontraba leyendo que, en mi caso, es equivalente a trabajar.
Soy periodista de cultura y ocio, especializada en libros y cine, y tengo que leer continuamente para hacer reseñas, reportajes, informes de lectura o entrevistas. También tengo que ir al cine. Cuando empecé a vivir con mi ex era autónoma. Mi relación con él me ha costado varios encargos que no quería que aceptara porque consideraba que viajaba demasiado… ¡Mal!
Su incomprensión sobre mi profesión y lo que soy nos llevó a una guerra perpetua de guerrillas en las que fui cediendo terreno sin querer. Discutir cada día sobre las cuestiones más nimias, como quién hace el café o quién baja la basura o si paso demasiado tiempo fuera de casa o si no debería aceptar tantos trabajos fuera de nuestra ciudad, era tan agotador que poco a poco fui perdiendo trozos de mí misma.
También renuncié a un proyecto, con todo pagado, para hacer diversos reportajes por medio mundo sobre la vida de las mujeres. Era un cambio interesante que me abriría nuevas puertas, especialmente a la vida que siempre he querido vivir: viajar. Haber aprovechado esa oportunidad hubiera significado la ruptura de mi relación.
Dejé pasar esa ocasión única por amor, porque creía que tenía una relación única, mi oportunidad para ser feliz. Amargamente, aprendí que no hay que renunciar a tu vida y a tus proyectos por amor; que el amor incondicional debe circular en dos direcciones y no basarse exclusivamente en el sacrificio de la mujer (o del hombre) en aras del amor romántico; que si es un verdadero amor, los componentes de la pareja se apoyan para crecer juntos y para que cada uno tenga un cuarto propio, un espacio donde caben sus proyectos y su personalidad.
En ese momento, creí que quedarme con él y renunciar a mis sueños era lo mejor, lo que quería hacer. Ahora no estoy tan segura, pero no me arrepiento porque, en ese momento, es lo que quería hacer. Creo.
A cambio, tengo un trabajo seguro en tiempos de crisis que Mr. Seguridad me empujó a aceptar (más o menos cuatro años antes de empujarme por el precipicio). Nunca he sabido si fue porque quería que fuera más estable laboralmente o porque de esta forma me tenía guardadita y controlada en mi guardería particular. En todo caso, ahora tengo que fichar y tengo a la Big Directora leyendo por encima de mi hombro prácticamente cada línea.
Mi ex me fue fagocitando poco a poco. Ahora no dejaría pasar esa oportunidad de conseguir mi trabajo soñado. Siempre se tiene que ceder en una pareja, pero ¿cómo podemos saber dónde está el límite?, ¿cómo podemos curarnos las mujeres de nuestra capacidad de sacrificio?
No, no quiero vivir así y me alegro de que se haya terminado, estoy contenta o al menos en paz, pero, después de tantos años, el peso y el silencio de la soledad son atronadores.
Soy RS (Recién separada. ¡Arggggg!, decirlo en voz alta duele aunque es necesario hacerlo) y es tiempo de reinventarme a mí misma. Es tiempo de reconquistar mi libertad. Hace años, o puede que incluso ahora, en estas circunstancias se hablaba de «rehacer mi vida» y normalmente se asociaba a conocer a otro hombre, enamorarse, casarse y fundar otro nido.
Sé que hay muchas más opciones y quiero explorarlas, quizá para vivir algunas, pero, sobre todo, para aprender de otras mujeres que, en diversas circunstancias fueron y son LIBRES.
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